hacia un edificio que crees reconocer,
buscando en su estructura ese espacio inconfundible como agujero negro, que hacía las veces de vistas desde la ventana,
el cual era horrible, era triste, era apagado,
pero fue el decorado de la ilusión enamorada de verte por primera vez libre con tu pareja,
y del que se te ha quedado grabado un molinillo de colores clavado en una maceta
en la memoria,
y entre la serie de metáforas que utilizarías si un día contaras tu historia.
Y quizá desde fuera,
si alguien espectara dicha historia,
este momento pareciera el hito nostálgico de alguien
que añora una era, que no mira nada,
que sólo imagina tan fuerte que cree poder generar un holograma
de ellos de jóvenes, casi 8 años más jóvenes,
saliendo extasiados de azul y amarillo
decidiendo si compraban un bocata
ignorando que eran las cinco de la tarde
con una sonrisa en la boca
y como si nada importara;
quizá pareciera
que no miro atrás, que no miro fuera
que miro lo que fui, no será, y quizá ni era.