Aún me sigo preguntando de dónde sale todo.

jueves, 24 de mayo de 2018

Atnemrot

La tormenta
es capaz
de ralentizar mis suspiros
con el baile musical de las gotas
extasiadas sobre las hojas,
y sus relámpagos y bramidos
son mi mayor sensación de paz.
La tormenta
es poder, y rabia y arte,
liberación, y la cognición
de un entramado iluminado
divino y desencadenante
en la ventana de mi habitación.
La tormenta,
protagonista.
Naturaleza fascinante
o fascinación natural.
Se hace dueña de la vista,
se hace nuestra, se hace mía
y con su fuerza cambiante
parece surgir de alma amante
a quien se priva de amar.
Aquí el cielo es amarillo
y los rayos blancos
como la espuma de mar...
La     tormenta,
su calmo    grito
y    mi    mayor
sensación de paz.

viernes, 11 de mayo de 2018

De cuando ya no me existes, sobre cuando no te existí.

Eras instantánea. Podíamos estar hablando horas sin que yo supiese que estaba a punto de verte. Luego sonaban un par de toques ligeros en la puerta, y me levantaba de la cama mirando la pantalla del teléfono con tu conversación abierta, sonriendo a medias tintas, pensando cómo responder ante tu chiste sobre el ratón y el elefante. Y todavía con la pantalla enfrente, abría la puerta, y diré la mentira de que te miraba de abajo arriba congelado como si fueras producto de mi mente, pero en realidad te miraba sin necesidad de verte porque, en cuanto estabas enfrente, no sé dónde estaban mis ojos, pero lo que sí sé que estaba allí eras tú. Tú, con tu presencia de colores, y reduciéndome a las más pequeñas dimensiones en tu comparación, como si yo fuese un ratón... Y tú un elefante.
Además tenías esos ojos llenos, plagados, inundados de chispas saltarinas como si hubieses tragado bengalas, de las cuales yo casi sentía que era el paradero. Parecía que me lanzaras mil estrellas de repente, como un conjuro, que sólo podía crear un pensamiento en mi mente: qué forma de amar tan pura tenías.
Mientras, yo estaba empolvado.
Tus soplos de pasión, de intuición, de locura frente a lo bien visto, pero siempre escondidos ante los ojos del mundo excepto ante los míos eran capaces de crear una nube de polvo repentina sobre mí, como dejando entrever el título y el volumen de un tomo antiguo de biblioteca abandonada. A veces la luz de la tarde se colaba por las vidrieras o los cristales rotos, y observabas el remolino, torbellino o huracán con tus ojos embelesados. Para mí eso duraba un segundo. Pero a ti... A ti entonces se te olvidaba ser efímera. Hacías que esa imagen durara meses entre tus sensaciones.
Pasaban los días, y tú llorabas y reías, paseabas entre flores y ondeabas, risueña, en algunas de mis calas mentales. Eras inocente como siempre, ingenua como nunca, y desprendías un leve aroma a sabiduría ciega, como si fueras una utopía. Eras capaz de ser tremendamente feliz aun conociendo el triste secreto de la vida, como si ignorases algo fundamental e inevitable, con lo que yo a mi vez ignoraba y negaba que tú fueses posible.
Como en todas, o por lo menos muchas de las historias sobre hadas, mi suerte fue a ser la de tomar conciencia de que no nos pertenecíamos. Miento, quizá yo sí te perteneciera. Pero tú estabas hecha de nada, y de todo. Y para mi poseerte fue, aunque quise y soñé que no lo fuera, algo inconcebible. Siempre que no estuvieras presente, para verte y creerte, tu persona era difusa y tu existencia muy dudable. Un día me di cuenta de que tú estabas plenamente segura de que yo sí existía.

Y ese día,
precisamente ese día,
supe que había dejado de existir.