Aún me sigo preguntando de dónde sale todo.

jueves, 27 de julio de 2017

(Sinceridad) Cubierta.

¿Es bueno hablar del mal? ¿Hablar del mal -en referencia a lo malo, a lo que podría hacernos daño, a lo que más nos rompería el corazón- con quien podría provocarlo? ¿Acaso es beneficioso, favorece la comprensión y la confianza, y permite que nos libremos de aquello que nos ronda la mente y que va por si solo empeorando?
¿O sólo acelera el proceso, siendo quizá antimorbo y aumentando las posibilidades de que lo malo suceda?

Tengo la imperdonable manía de imaginarme mil y una formas del mal, mil y un "lo malo" diferentes que pudieran, si ocurrieran, hacerme pedazos. Suelo hacerlo de manera incoherente e involuntaria cuando todo me va bien, y lo único que me queda es un preludio de dolor en el pecho y la tonta preocupación por que sucedan cosas que no se han siquiera anunciado. Además, claro está, de lo estúpida que me siento cuando permito que mi mente divague por esos mundos mientras la realidad es tan contraria y bonita.

Quizá se deba a que, para mí, todo puede ir bien si ocurre de una única manera: yendo bien; aunque esto sea indefinido, difuso y aunque no supiera decir qué hechos contiene. O bien puede ir mal, fatal, horriblemente y un montón de adverbios más por el estilo, para cada uno de los cuales existen infinitos hechos, muy concretos y retorcidos.

Yo sólo quiero que mi futuro siga contigo tal y como mi presente lo está ahora. El dónde, el cuándo, el cómo, el por qué... Todas esas cosas las dejo a elección de quien deba ser elección; tan sólo pido que no introduzca en ello nada de lo malo; nada concreto, nada retorcido, nada que haga que me duela el pecho, nada que me permita siquiera imaginarme el dolor o querer enzarzarme en una discusión de forma injustificada.

Ahora, mi primera cuestión, ¿te hablo de esto, o no?

martes, 25 de julio de 2017

Lo primero que hoy he visto al despertarme eras tú abriendo mi puerta y mirándome. Lo primero que he sentido al despertarme ha sido el colchón cediendo ante el peso de tu cuerpo conforme avanzabas a grandes zancadas como un mamífero hacia y sobre mi. Lo primero que me ha hecho cerrar los ojos tras haberlos abierto por primera vez en el día ha sido el beso que me has dado, con tus labios húmedos, en mis labios dormidos.
Ya había sentido tus brazos dándome calor y acogida y tu pecho inclinándose sobre el mío, y ya, tras sólo haber transcurrido los tres primeros segundos del día, estaba sobrecogida. Vivo en un estado de sobrecogimiento latente continuo.
Tú. Tú. Tú.
Si apenas ayer nos estábamos conociendo, ¿qué traerás contigo hoy?