Aún me sigo preguntando de dónde sale todo.

jueves, 14 de abril de 2016

¿Te leo?

¿Qué hay en tu mirada?
Siempre me ha gustado observar. Tengo una profunda curiosidad hacia las cosas y su funcionamiento; me siento aún una aprendiz de todo lo que me queda por vivir y lo que ya he vivido. Por eso observo, me detengo a leer lo que pone en las flores, a escuchar los secretos del viento y a descifrar qué significan los movimientos de los pájaros cuando vuelan.
Me gusta pensar que lo que veo no es sólo fruto de mi imaginación.

Por eso redescubro un mundo en tu mirada, por eso es lo único que de verdad logra llenarme. Tu brillo me dice que estás atento; en tu pupila vientos negros revuelven los confusos nombres de tus demonios como en una taza de café. Pero tu iris cambiante, a veces dorado, en ocasiones verde pardo, tiene un detalle curioso: siempre tiene una pizquita de... magia.
A ratos tu mirada está cansada, o perdida, o inquieta. Cuando tus párpados se relajan en una pose dura es muy sencillo palpar desde lejos tu vibración. Cómo tus músculos tiemblan de forma casi imperceptible, pero cierta; y cómo tu mente se llena por un rato de pájaros negros.
Pero cuando te miro veo algo más, veo una luz especial que no procede de ningún lugar; un pequeño punto que tu profundidad genera, un vórtice de emociones girante como espiral de anillos de saturno.

Hoy he visto cómo la pantalla de tu mirada rápidamente hacía zoom y enfocaba un punto dentro de esa pequeña mancha invisible: cómo, de repente, tus ojos se inundaban de algo mucho más pequeño, mucho más simple. Pasas en un segundo de la más silenciosa enormidad a la insignificancia mágica de las cosas pequeñas, a la ilusión que de pronto te hace cálido y dirige los extremos de mi boca hacia el sol como si quisiesen escaparse. 

Sí, yo sonrío con los labios porque en tus ojos hay llanto, hay risa y emoción. Hay un huequito en el muro que has forjado; y cuando te pido observar por él tú me guías a atravesarlo. Enséñamelo, deja que lo palpe, que lo abrace y lo consuele, y alúmbrame con la luz de tu astro, que bombea energía  sin cesar.

Rehúye mi mirada si has de hacerlo en algún momento; yo seguiré leyéndote, lentamente y poco a poco, el principio de este cuento.

miércoles, 6 de abril de 2016

Mariposa imantada.


De nuevo entre campos algodonados. Otra vez protegida, otra vez embaucada, otra vez cazada y una vez más, frágil.
Hoy me siento como una mariposa: hecha siempre para alzar el vuelo y mostrar su hermosa danza de piruetas de color. Pero soy una mariposa acomodada, y he encontrado un suave nido: tus hojas. Me posé sobre ellas con delicadeza, procurando no pesar; pero con cada segundo que pasa y que yo permanezco quieta y cómoda sobre tu mullida superficie con las alas desplegadas, voy sintiendo que cede más. No quisiera doblarte, ni mucho menos impedir que te diera el sol. Peor aún, ¿terminaría impidiendo que vieras otras mariposas y pajarillos surcar el cielo viajando al sur?

Me asusta estar tan quieta, tan cómoda en un lugar y con las alas tan abiertas, me asusta llegar a sentir esa sensación de familiaridad o de costumbre: parece siempre la premisa que avecina la ráfaga de viento que destrozará el tejado, el cazamariposas del coleccionista al cual mi color atrajo o la tormenta que me arrancará de cuajo de aquí sin que me haya podido despedir.

Podría revolotear a tu alrededor, pero una fuerza invisible me atrae hacia ti...

martes, 5 de abril de 2016

Tú, tú misma, tu hielo.

Qué sensaciones más extrañas. Se me encoge el cuerpo y me siento indefensa, casi capaz de echarme a llorar por cualquier cosa que ocurra; y de repente me vuelvo cínica, casi insoportable.
No, no dejes que esto te ocurra otra vez. Tú, tú misma, tu hielo.
Permitiré que el frío entre por las yemas de mis dedos y se cuele en mi interior para arropar a mis sentimientos cálidos y hacerlos dormir. Así, ni mis ojos serán tan fríos porque toda yo estaré helada, ni la luz tan cegadora como lo está siendo esta extraña mañana; así podré ver, podré sentir en silencio, podré fluir manipulando el camino de los fuegos y las corrientes cálidas que anticipan borrascas.

¿Es posible ser más acogido cuanto más frío se siente?
Deja que beba del gélido viento y seguiré siendo esa diosa, envuélveme con la suave luz que hay en sus ojos y no vetes que absorba de ellos su dorada magia. Ayúdame a no perderme demasiado surcando con la mirada sus finas líneas, no te percates de que la luz que irradia te impide ver sus sombras.

Rómpeme el corazón otra vez con esa verdad tan inocente: no estás hecha para amar, no me seas insolente.

lunes, 4 de abril de 2016

Yo ya he estado ahí, entre la brillante oscuridad de las nubes de tormenta.


Hace mucho, mucho tiempo fui un ave. No sé muy bien si era un pequeño pajarillo o un ave fuerte e imponente; lo único que recuerdo es que volaba, vivía del aire, del subeybaja de mis alas y de la fría sensación de las gotas de lluvia y nube entre las plumas.
Pero un día caí.
Tenía mucha hambre, pero quería seguir volando; desde ahí arriba se veía todo tan bonito, tan quieto, tan perfecto... Casi intocable. Pero, de repente, una fuerte ráfaga de viento que se asemejaba sobrenatural me empujó por delante un momento. Agité mis plumáceas extremidades con torpeza y en vano y empecé a dar volteretas en el aire mientras me sentía caer. Caía, cada vez más deprisa, y sentía el aire escurrirse. En un momento en la cara, en otro momento en la cola, al segundo siguiente empujando mis indefensas alas hacia el cielo.

Gracias a -ni yo, que he volado, sé muy bien a qué dar gracias; mi caída fue algo amortiguada por la copa de un árbol y sus ramas; aunque aún tuve que dar un par de volteretas más, con las primeras magulladuras añadidas, antes de impactar contra el suelo. Cuando me desperté sentía un dolor agudo en el costado.
Me había roto un ala. Jamás he vuelto a volar como solía hacer entonces.

Desde aquél día vivo en tierra; hay veces que se me olvida que tengo un pico cantarín que sirve para algo más que para comer gusanillos, que estoy recubierta de plumas; y que en otro tiempo las cosas fueron distintas y que, sin embargo, sobreviví a mi accidente. Innumerables cientos de veces he dudado ya sobre qué soy ahora: ¿sigo siendo un ave, ahora que no puedo volar? ¿Me habré convertido en ratoncillo, o acaso en tortuga? Quizá ahora parezca un animal menos elegante, quizá muchos de mis compañeros ya no me miren con los mismos ojos: ahora soy un pobre animalillo herido, tanto en su ala como en su orgullo. "¡Pobre ave, jamás volverá a volar!" parecen decir todos.

Pero hay días en que, mientras vago sin rumbo hacia ninguna parte, arrastrando por el suelo mi pobre ala rota, me encuentro algún riachuelo y me inclino para observarme; y veo mi pico, y mis ojos atentos, y mis plumas de aspecto suave y colores vivos. Entonces recuerdo que en algún momento fui un ave, un ave elegante, un ave de vuelo eterno al cual parecía imposible burlar con el viento.
Antes no tenía un único día favorito: todos eran maravillosos. Ahora, los días más bonitos son aquellos en los que algún saltamontes se me acerca, me mira y reconoce mi plumaje; y me anima a intentar volar de nuevo tras subir, con mucho esfuerzo, a la triste rama más baja de un árbol. Entonces me impulso, encojo mis patas y estiro mi única ala funcional; me esfuerzo por movilizar la otra pero llego al final de la ramita, salto en un intento desesperado de no caer y... Consigo revivir la sensación de flotar, soy casi capaz de percibir el aire cortándose a mi paso y acariciándome las alas como si se tratase del oleaje marino.

Pero caigo de nuevo, y me arrastro de nuevo por el suelo, aunque entonces me doy cuenta de que no es el hecho de volar, ni mi aspecto, lo que me hacen y hacían ser ave; sino todo aquello que un día vi, y que aún perdura en mi memoria.