Ni salvarte, ni salvarnos.
Sólo salvarme.
Me he dado cuenta de que, en éste mundo, la única persona que puede salvar a uno de sus males es uno mismo.
Así es, por el mero hecho de que nadie es ni ha de ser dueño de los actos de otra persona. Podemos servirnos de su consejo, de su opinión más objetiva o subjetiva, o de su guía, en cierto modo y hasta cierto punto; pero jamás, jamás, jamás debemos decidir nada en base a otro pensamiento que no sea el nuestro.
Al fin y al cabo, la única persona imprescindible de tu vida eres tú mismo.
De todos modos, empiezo a pensar que no sirve de nada salvarse. "¿Salvarse de qué?", me pregunto yo.
¿Salvarte de la guerra? ¿Del hambre? ¿De la soledad?
¿Salvarte de las muchas condiciones sociales? ¿Salvarte del Estado, salvarte de toda subyugación cultural?
¿Para qué? ¿Para ser un salvaje en el poco bosque que aún queda?
Admito, sí, que muchas de las cosas que ha hecho el hombre -y me refiero al hombre como la humanidad en general- han ido destinadas a dos únicos fines, que aun así no dejan de ser conjuntos: El poder y la autodestrucción.
Admito, también, que el poder no deja de llamar la atención de cualquiera: ¿Qué harías si pudieras controlar el mundo? Se trataría de una casa de muñecas gigante, o un bloque interminable de lego.
Claro, por otro lado se encuentra la autodestrucción; pero esa preferimos ignorarla. Por supuesto, ya se crearán avances técnicos que impidan a los rayos nocivos del sol llegar directamente a la tierra; por supuesto, aparecerán nuevas tecnologías que nos salven de las altas temperaturas, del crecimiento de las mareas, de la extinción animal. No se preocupen, no pasará nada.
Viéndolo así, todo esto y sus consecuencias y causas -sí, todo a la vez, porque el ansia de poder y sus destructivas maneras se convierte en un bucle- se pintan de forma muy bonita para cualquiera. Por eso se crean máquinas, robots controlables, androides inteligentes. No se busca gente: ni gente que ansíe poder, ni gente que piense por si misma; y no se busca dinero, ni comida, ni joyas; se busca poder. Se busca la oportunidad de crear el mundo. Se busca una pequeña condición de Dios, dejar una huella en la historia, llegar más allá en un único ámbito: el del ser humano.
Por supuesto, admito, sí, que se trate de un objetivo muy lícito.
Lo ilícito son las maneras.
Buscamos salvarnos como raza -debe ser que tenemos el orgullo muy hundido aún desde que descubrimos que no éramos más que un suceso científico formando parte de un todo enteramente superior a nuestro entendimiento- y lo único que aportamos al mundo es más autodestrucción, cada vez de forma más masiva.
No es por ser pesimista; al fin y al cabo, yo también me creo esos cuentos de tecnologías avanzadas y de crisis que terminan para dar paso a nuevas épocas. Sin embargo, ¿qué crisis anterior se ha visto en la cual el sol fuese un problema?
Creo que estamos firmando, día tras día, nuestra propia sentencia de muerte.
Creo que nos preocupamos demasiado por salvar el mundo de un ataque natural que se anuncia cada vez con más premisas; cuando la única manera de hacerlo es permitirle deshacerse de nosotros.
No nos pareció suficiente con ser unos seres extraordinarios capaces de visualizar un mundo más allá, un mundo imaginario; y hacerlo palpable. No nos parece suficiente con haber sido dotados de la capacidad de entendimiento y disfrute que tenemos, porque así es: nos ha sido dado, no lo tenemos porque nosotros lo hayamos merecido o desarrollado anteriormente. Éso es sólo lo que queremos creer.
Buscamos vida en otros planetas, sin éxito. Buscamos algo parecido a nosotros fuera de aquí: algo tangible, algo que realmente confirme que somos enanos, aunque nos creamos gigantes.
Pues bien: yo creo que hay ciertas partes del mundo que son inexplorables. Al igual que la mente humana, el universo ha de tener cierta parte tangible y cierta parte censurada: el subconsciente de una divinidad mayor, todo aquello que ese Todo, en consecuencia, decide, y todo aquello que jamás nos contará a menos que vivamos para verlo y, obviamente, sufrirlo.
Me parece que no es cuestión nuestra averiguar si somos o no insignificantes: la propia ciencia observa, día tras día, que existen indicios de vida en otros lugares; pero nunca tan desarrollada como la nuestra, la cual subyace en un componente no meramente científico ni únicamente sujeto a leyes naturales.
Por mi parte, creo que somos tan grandes como pequeños.
A veces me paro a pensar en cuánta gente, en este mismo momento, puede estar pensando lo mismo que yo. En cuánta gente, en este mismo momento, estarán escribiendo algo similar. En cuánta gente, ahora mismo, puede estar soñando; cuánta debe estar despierta y cuántos diciendo la palabra "hipopotomonstrosesquipedaliofobia". ¿Cuánta gente podría estar llorando? ¿Cuánta gente acabará de enamorarse? ¿Cuántos estarán teniendo sexo? ¿Cuántos serán felices, y cuántos se sentirán desdichados? ¿Cuántos estarán viendo amanecer, y cuántos estarán mirando hacia la luna? Y me siento tan pequeña, pero a la vez tan grande por formar parte de todos ellos: por formar parte de la humanidad.
No creo que nos haga falta ir mucho más lejos. Hemos descubierto lo que queríamos saber: somos seres únicos. No es necesario ya ser incansables en nuestra búsqueda y destrozar el mundo por ella; porque, así, lo único que estaremos haciendo será extinguirnos.
No quepa duda de que el mundo seguirá existiendo cuando no vivamos. No quepa duda de que jamás volverá a crear a otra criatura tan poco humana como el ser humano.
Yo me preocuparé de mí. De salvarme, a mí, de la gran ignorancia. Si con ello te convenzo, te habré demostrado lo grande -y pequeña- que soy.