Han pasado muchas cosas. No me andaré con pérdidas de tiempo innecesarias: es tarde, estoy cansada; quizá no debí forzar tu existencia si aún no estaba preparada para confiarte mis pensamientos. Pero en fin, una disculpa ahora no sirve de nada, porque sea como sea ahora te estoy escribiendo, lo que indica que sigues ahí, que para mí fue importante crearte en algún momento que ya no recuerdo. Y ahora te hago renacer, o ver la luz por primera vez. Y no te haré perder más tiempo: He aprendido muchas cosas. Creo que por primera vez siento que tengo suficientes respuestas como para atreverme a revelártelas.
He descubierto la importancia de la comunicación. Cómo varía un mismo hecho contado con unas palabras o con otras, y cómo el lenguaje abre una puerta entre el subconsciente de uno y la vida consciente, entre las cosas que sabemos y las cosas de las que nos damos cuenta. Apenas se me ocurre una mejor terapia: escribir, escribir y escribir, para además poder recurrir a tus pensamientos de nuevo cuando quieras, para poder medir el grado de verdad de las palabras en vez de soltarlas sin quererlo por un pico demasiado parlanchín.
Además, sé que la verdad es algo mucho más fácil de encontrar de lo que pensamos. Se encuentra enterrada en nuestras propias entrañas, se mantiene callada y tranquila cada vez que la hallamos sin necesidad de cavar. Pero en ocasiones nos encontramos delante un manjar más apetitoso, ya limpio, ya emplatado, que tienta y, si lo comemos, nos provoca una indigestión. En el fondo, mientras vacilamos entre uno u otro, más convencidos por la idea de ahorrarnos el mancharnos las manos, sentimos cómo un ser mucho más sabio hunde sus zarpas en la tierra húmeda, queriendo captar nuestra atención.
A día de hoy, conozco incluso la naturaleza de ese ser. Ese ser soy yo y todo lo que me han contado, junto a todo lo que he vivido y todo lo que sé, y ese ser también posee mi alma misteriosa, una sabiduría innata y una especie de intuición. Ésa es la yo de mi subconsciente, la yo que siente directamente sin que las cosas las procese mi mente, sin darle tiempo a engañar.
Ése es el ser, Gontz, el ser que te empieza a hablar.