Aún me sigo preguntando de dónde sale todo.

sábado, 11 de julio de 2015

No te perderás en Nueva York.

Bien podría yo fingir que no me llama la atención. Bien podría hacerte creer que lo que se dice no es cierto. Bien podría seguir mintiendo sobre cómo de bien podría hacer cosas que no soy capaz de hacer.

He escuchado y leído lo mismo miles de veces en cientos de soportes distintos: las cinco primeras me lo creí, todas las siguientes pensé que estaría sobrevalorado, que la gente estaba exagerando.
Me ilusionó la idea de conocerla por fin en persona y descubrir qué sensación me causaba. No le di muchas vueltas, pero pensé que me decepcionaría. La verdad, llegué a pensar que podría incluso no sentir nada; y eso habría sido peor que decepcionante.

Pues bien. Sólo puedo decir que el mundo te hace rodar de miles de maneras distintas: pensé que me engañaban, y así me engañé a mi misma.

Es justo que alaben esta ciudad. Es justo que le den el valor que le dan, porque es impresionante.
Pero, para mí, Nueva York no despierta sentimientos -eso son tópicos televisivos-, Nueva York crea sensaciones.

Todo es tan gigantesco que da la sensación de que lleve aquí milenios, de que haya crecido como las plantas; e incluso cuando intento pensar que ha sido el hombre quien lo ha creado, descarto la idea de inmediato. Es una idea de locos. Remota. Imposible.
Las calles te engullirán. Las luces te atraparán con hilos de color. Te succionará y te absorberá hasta que te posean los rascacielos: hasta que dependas de su protección y te encuentres bajo su impresionante amenaza.
El lugar donde el poder del hombre es tan grande como para convertirse en naturaleza.
Jamás lo creí posible.