Libros gastados, muy gastados; en los que cada doblez, cada marca, cada simple roce impreso en el lomo cuenten una historia. De sentimientos. La primera mirada de su dueño al sentirlo suyo, al abrirse entre sus manos toda vía de escape antes de leer ninguna palabra. El momento en que se sorprendió y pasó la página rápidamente para saber qué ocurría después. La duda al leer una frase mientras pensaba en otra cosa y el retorno a las mismas letras una y otra vez hasta entender o imaginar lo que decían. El enfado irreprimible cuando no podía leer más, el cuidado al acariciar la portada y la indiferencia por la que el filo de las hojas terminaban con un golpe contra el suelo tras un mal día. El alivio al sentir las páginas en las yemas de los dedos al encontrar un pequeño rato para distraerse; el dedo posado a modo de marcapáginas; el rato observando con detenimiento los espacios en blanco de las páginas fingiendo interés o despiste para salir de una situación incómoda o adentrarse invisiblemente en una ajena. La sensación de suspense o temor, de emoción, de un momento clave; la idea de estar llegando al final y la última palabra. El último punto final, el vacío interno y el ver la historia por todos lados.
Me gustan los libros que cuentan dos historias: me gustan los libros gastados.