Aún me sigo preguntando de dónde sale todo.

jueves, 22 de enero de 2015

Me gustan los libros gastados.

Libros gastados, muy gastados; en los que cada doblez, cada marca, cada simple roce impreso en el lomo cuenten una historia. De sentimientos. La primera mirada de su dueño al sentirlo suyo, al abrirse entre sus manos toda vía de escape antes de leer ninguna palabra. El momento en que se sorprendió y pasó la página rápidamente para saber qué ocurría después. La duda al leer una frase mientras pensaba en otra cosa y el retorno a las mismas letras una y otra vez hasta entender o imaginar lo que decían. El enfado irreprimible cuando no podía leer más, el cuidado al acariciar la portada y la indiferencia por la que el filo de las hojas terminaban con un golpe contra el suelo tras un mal día. El alivio al sentir las páginas en las yemas de los dedos al encontrar un pequeño rato para distraerse; el dedo posado a modo de marcapáginas; el rato observando con detenimiento los espacios en blanco de las páginas fingiendo interés o despiste para salir de una situación incómoda o adentrarse invisiblemente en una ajena. La sensación de suspense o temor, de emoción, de un momento clave; la idea de estar llegando al final y la última palabra. El último punto final, el vacío interno y el ver la historia por todos lados.

Me gustan los libros que cuentan dos historias: me gustan los libros gastados.

domingo, 18 de enero de 2015

Y queda un poco lejos cuando me incendiaste.


Seis años después,
reapareces y, hablando sola,
resumes tu noria de vida en un sólo café.
Y, curado al fin,
me permito el lujo de observar
tu pelo raro y creo
que ahora fumas demasiado.
Y hablas como si te hubiera preguntado
¿de quién te vengabas todo el tiempo
que yo estuve a tu lado...?
Y aún no sé
a que diablos viene ahora tu llamada.
Tiembla tu cuchara,
y eso nunca queda bien.
Di, di la verdad,
llevas tiempo sin romper muñecos.
Pasados unos meses
alguien me ajustó de nuevo
y,
queda un poco lejos
cuando me incendiaste y ya
soplaron las cenizas,
volaron las cenizas.

Y qué te voy a contar, si ya lo sabes todo.
Me es imposible no echar la vista atrás de vez en cuando, y así surgen mañanas de Domingo como éstas, en las que disfruto haciéndome daño al recordar. Al recordarte. Al recordarnos. Al revivir tus palabras y sentirlas casi con tanta fuerza como entonces. Echo tanto de menos aquella ingenuidad...
Y a veces me pregunto qué hubiese pasado si no hubiese negado nada, si no hubiese tenido miedo. ¿Te habría perdido?
Sigues siendo una gran incógnita para mí. Sigues siendo especial, aunque sé que ya no te lo digo. Sigues siendo y siempre serás mi primer amor y al cual dejé pasar, como a la fría, oscura, mojada y hermosa niebla, por entre los huecos de mis manos tantas veces.

Espero que no haga falta que reaparezcas dentro de seis años.
Ojalá me cure algún día, porque ahora mismo creo que nunca lo he logrado.
Y ojalá tu pelo siga raro y para entonces no fumes tanto.
Quizá algún día te pregunte "¿a qué diablos viene ahora tu llamada?".
Dudo que vayas a llegar a temblar. Eso siempre te queda bien.
Después de romperme tú, ¿me ajustará alguien?
Y sí, queda un poco lejos cuando me incendiaste...

Pero no han volado las cenizas.

martes, 13 de enero de 2015

Mientras soporto...

No sé qué nos pasa.
Siento que algo habita en mi pecho y se retuerce con ganas de mover todo en mi interior para que me de cuenta de que necesito soltarlo, a pesar de no entender nada. No sé si es que somos tontos, si lo soy yo sóla o si lo es quien sea que mande en todo (si es que alguien lo hace), pero me siento estúpida cuando te miro sin pensarlo y tú también me miras sólo por un momento, porque en seguida siento una ola de no sé qué subiendo por mi cara que me hace cambiar la vista hacia otro lado. No soporto compartir el mismo espacio contigo y no decirte nada en toda una mañana porque no tenga nada que decirte excepto un mísero "qué tal" que ni siquiera suena a una pregunta, no aguanto la sensación de querer estar contigo pero no saber qué contarte que pueda parecerte entretenido o importante. No soporto un sólo día de los que estamos pasando así y, aunque tampoco soporto desconocer los motivos de ello, soporto menos el sentimiento que tengo de que día a día estás más lejos, otra vez. Quizá me fuese soportable si no te viese, si no me pudiese dar cuenta de que es distancia invisible la que se mete entre nosotros, como ha estado pasando hasta ahora cuando algo iba mal. Pero ahora te veo, y no lo soporto, porque te veo cerca, pero te siento lejos; y no puedo dejar de recordármelo una y otra vez a lo largo del día y de las horas nocturnas en las que intento dormir sin éxito. Y creo que podría acostumbrarme, si tuviese que ser así, a verte de cerca y no ser capaz de escucharte si me gritas; pero la sola idea me resulta insoportable. No soporto las ganas de rellenar estos espacios silenciosos con cualquier palabrería banal en nuestras conversaciones, no soporto la estúpida agonía que me produce pensar en la alegría que me haría empezar a hablar contigo de repente de cualquier cosa. No soporto escuchar tu voz tan poco, ni sólo poder hacerlo cuando hay alguien más. No soporto no querer insistirte diciéndote nada por si prefirieras callar.
Hoy todo me es tan insoportable que no puedo soportarlo más, así que te lo suelto.