Solía pensar que saber salvaba. Era feliz en mi inocencia.
Creía que ser ingenua daba demasiados problemas, quería creer -y creía- en algo que no sabía si existía. Sólo pensaba en amar, en sentir la calidez de otros labios en los míos, en palpar la ternura de ser el eso, el mismo Eso que yo quería para mi; de otra persona. Quería saber qué se sentía en una relación, quería enamorarme, ser correspondida y ser dañada, quería vivirlo todo, quería aprender todo, porque creía que nada de eso podía terminar tan mal al final. Creía que todos esos sentimientos me harían aprender más y encaminarme finalmente a algo mejor.
Aún lo creo.
Y así fue.
Pero ahora me doy cuenta de que al aprender no sólo se te queda grabado lo aprendido; también cómo aprendiste. Y yo aprendí a ser yo y bastarme a base de convertirme en otras personas, a base de que rellenaran mis espacios. A base de no sentirme suficiente.
Por eso soy sensible a comparaciones, por eso procuro no caer en los brazos de alguien a la mínima. Por eso me duele ser tan invisible, ser tan compasiva; por eso no cuento nada, por si alguien lo rechazaría. Por eso a veces temo equivocarme, por eso mantengo el control, no me salgo de la línea.
Por eso era feliz con lo espontáneo, eso me mantenía viva.