Aún me sigo preguntando de dónde sale todo.

jueves, 30 de mayo de 2013

Entre veranos fríos: Nada de recto. Nada de llano. Nada de agudo. Perfecto.


Estoy sola. Estoy sola, y escribo.

Escribo. Escribo. Escribo.
Y lo hago por no gritar. 

Podría hacerlo. Podría aullar, soltar en una exhalación muda, ensordecedora, el mundo que me ahoga por dentro de pies a cabeza, permitirme dejar mis aires de niña buena para transformar mi apariencia, por tan sólo un liberador instante, en la de un gigante enfurecido. Podría hacerlo.

¿  Debería hacerlo. ?

Querría contarle ahora mismo a un pájaro dónde he estado hasta ahora, rogarle que me perdone, y susurrarle un verso que aprendí lejos de aquí. Enseñar a las hojas de los árboles a caer incluso en verano, como bellas damas engalanadas de colores exhibiéndose por una invisible pasarela vertical. Desearía soplar una suave y efímera brisa en el oído de quien ha sabido esperar mis noticias sobre el universo fuera de estas barreras inquebrantables. Me gustaría narrar tantas historias alrededor de una hoguera, tantos descubrimientos en un aula, tantas simplezas maravillosas a través del brillo de mis ojos...

Todo eso.

Porque he vuelto. Acabo de llegar, con la esperanza de reencontrarlo todo intacto de nuevo como único equipaje. Con la distorsionada imagen virtual que mis ojos han creado del momento en que una ciudad congelada durante mi ausencia revive de repente. Pero no es así, todo lo contrario. Ahora parece un santuario primero menospreciado, después olvidado, finalmente muerto. He vuelto al punto del que salí, al pasado. Ya está, éste es mi insufrible retorno. Mi tortura. Me he ido y he vuelto, y todo ha cambiado.

Ha cambiado. A peor, a muerto.

Ahora todo está más vacío. El cielo llora con ganas, debe llevar mucho tiempo observando este increíble incendio y ahora; al verme volver, explota de rabia, enojado conmigo. Me ha echado de menos, pero en sus gigantescos pómulos negros leo su incomprensión ante mi repentina huida y mi fresca, sinvergüenza e inesperada vuelta. Está tan ciego de rabia que presiento que trata de ahogarme, de empaparme el pelo desde la raíz a las puntas y dejarme morir así, aquí mismo, en una ciudad fantasma ya inexistente, habiendo sido ahorcada por mis propias marañas entre mechones castaños. Recito una plegaria en mi mente, deseosa de consolarle. Créeme. Nunca quise hacerlo. Ni siquiera recuerdo por qué me fui... Quizá lo hice porque pensé que pondrías el tiempo a salvo. Que lograrías mantener por siempre el control de los relojes de la ciudad que ahora invita a imaginar las llamas que la sucumbieron. Y entonces decido que es mejor que me calle, porque la lluvia choca cada vez con más fuerza contra mi cabeza, como infinitos proyectiles sobre una diana. Una diana colocada en medio de ninguna parte... Porque aquí hay algo que no encaja. Faltan cosas. Ya no sobra nada, porque no queda nada que pueda sobrar. Eso es.

No queda nada.

Sólo veo, intactos, yaciendo en el centro de estas ruinas, en el ojo de todos estos edificios destartalados, mugrientos y abandonados: una guitarra, una mariposa, y un gato de ojos azules con una hermosa sonrisa que recuerda al gato de Cheshire. Y se me pasa una idea tonta por la cabeza, ojalá fuese una actriz con el papel de Alicia en el país de las pesadillas, y todo esto no fuera más que un decorado que pretende asustarme, una trampa que me atrapa entre fachadas ennegrecidas, árboles desgarrados y escombros por todas partes. No hay nada más.

Ya no queda más vida...

Sin quererlo, recuerdo algo. Un lugar. Un esbozo, un boceto inanimado estrangulado por una neblina azul bañada ligeramente en los despuntes del alba. Lucho en silencio por mantener la boca bien cerrada, pero la corriente es más fuerte: se cuela entre las fisuras de mis labios y se interna por los túneles que cada par de mis blancos dientes perfectamente alineados descubren; recorre mi lengua provocando una escalofriante corriente eléctrica que viaja acelerada por mi espalda; sopla más fuerte al llegar a la campanilla, haciendo que emita involuntariamente un suspiro largo y pesado, y me asfixia en la garganta, encabezando una ola de ansiedad que se propaga por el resto de mi cuerpo y me obliga, sin querer, a moverme. No me doy cuenta de ello hasta que me pierdo en algún cruce que pudo ser una plaza, y continúo vagando por la básica estructura ósea, descarnada e irreconocible de la ciudad. Por un momento estoy segura de que, si el terreno agrícola de los alrededores hubiese cambiado apenas un poco, dudaría, a pesar de las indicaciones de los caminos, de que este tétrico parque de atracciones fuesen los restos de donde viví y crecí hace, relativamente hablando, tan poco tiempo. Resulta increíble pensar que toda esta película de casetas con vigas y columnas formase parte del cuerpo completo de la urbe. Simplemente, antes ni siquiera habría parado a plantearme lo que habría tras las hermosas fachadas de piedra romana o cemento.

-¡Oh, mi querida...! ¡Cómo has cambiado! No te reconozco. -Grito, sin problema ninguno, al viento gris. De todos modos, aquí ya no parece quedar nadie que pueda oírme.

O eso pensaba.

Y ahí está. Hace su interminable aparición desde una esquina de la calle situada enfrente mío. La niebla que le rodeaba, ocultándome su visión, ahora se acumula a su espalda y le abre un camino hacia mí con la forma irregular de su figura. Me mira, y por un instante leo en su expresión una sombra negra de resentimiento agudo, un rencor que aún no ha olvidado. Y de repente, como si hubiese sido una simple ilusión, todo eso desaparece, y yo me quedo quieta, detenida en seco por el impacto de una pared transparente que acaba de caer, haciendo un sonido dulce, emotivo y musical. Y por fin, después de correr aquí y allá continuamente durante varios años, me siento libre. Porque sus labios acaban de recordar cómo se pronuncia mi nombre.

Sonrío, de forma superlativamente sincera.

He de admitir que me equivoqué, que hay más vida aquí que la de las cenizas voladoras que me hacen cosquillas en la nariz al respirar. Ahora él está también, devuelto a la vida en la que se siente. Está, está... Está aquí, pegado a mí. Respirando. Mirándome con sus ojos marrones desde algún punto por encima de mi cabeza. Durante este breve momento, no quiero pensar, ni juzgar, ni interpretar. Quiero aferrarme a esto poco que aún me queda. Agarrar con fuerza su sudadera y apoyarme en su pecho, dormir acurrucada en ese pequeño hueco y despertar de este mal sueño a su lado, mientras me acaricia la cara y recorre con sus dedos mi pelo. Confiarle a puerta cerrada que le he echado de menos.

Y mi razón vuelve, y piensa que ya basta. No más conferencias. No más credulidades.

Siento que hasta que este martilleo continuo en el tímpano no acabe no lograré hablar. Quizá ni respirar. No sólo porque no sé qué decir, sino porque la niebla se ha apelmazado entre nosotros y me ahoga. Toso con dificultad, me tapo la boca.

Y así, repentinamente, se inclina y me besa la frente.

Es simple, conciso, breve. Pero lo esconde todo, todas las lágrimas que derrama mi pelo, todas las que sus oscuras ondas balancean hasta dejarlas caer en alguna parte al azar de sus características facciones. Todos los segundos contados desde el principio de todo esto.

Y no es una pesadilla. Aunque tampoco un sueño. 

Es un saliente secreto, un escondite. Una almohada que me invita a caer, a descansar para mañana comprender mejor. Y dejo que mi cabeza repose en ella, formando un ángulo perfecto. Y, lentamente, me dejo llevar por un manto oscuro lleno de estrellas, un techo color caoba que brilla en la oscuridad de la heladora noche de verano que nos envuelve; mientras me canta melodiosamente miles de canciones interpretadas por colibríes, petirrojos y pajarillos comunes.
Y le miro despacio, y me permito hundirme, abatida, en la profundidad de sus pupilas. Una profundidad ocupada, pulcra, limpia. Como si acabasen de llenarse de agua tras esperar, huecas, algo que no llegaba.

Pero acaba de llegar. 

Olvido todo mi alrededor por un segundo eterno. Mi ciudad devastada desaparece entre la niebla, que a lo lejos parece retorcerla y doblarla, y meterla en la lámpara de un genio que no volverá a despertar.

Y ahora sé que aquí concluye mi búsqueda.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Entre veranos fríos: Pasión, prisión, presión.



Hemos perdido en un segundo todo lo apostado.

Y es un instante. Un breve y efímero instante que se disuelve entre un aire cargado de pasiónprisión, presión. Un momento. Un simple momento, un segundo, dos. Quizá incluso tres, pero no más.
Es un maldito instante, un apenas existente momento, tres segundos de velocidad de luz.

No puede ser tan importante, ni tan doloroso.

El cielo está teñido de rojo hoy, rojo fuego, rojo ardiente. Recuerda a un apocalipsis en el que el sol explota de ira, y toda la sangre contenida en su brillante esfera se esparce alrededor como gotas en el cristal, como... Como glóbulos rojos sobre agua salada.

Eso es, sangre que se traga la sal, sobre heridas apaciguadas por el mar.

Y, dime, ¿qué es aquello de allí, esa anguila que corre hacia la derecha, empujada por una corriente de viento? Son nubes... Nubes negras. Hermosas almohadas plagadas de escorpiones que quieren llorar... Y se dirigen en tropa hacia mi destino. Cómo no. Y qué mas... Veo cómo la tormenta se avecina, observo con detenimiento el cielo a mis espaldas, y la masa negra de delante. Me parece encontrarme en la tarde nublada más hermosa del universo... Gracias a que es tan triste. Espero con ansia que llueva. Que llueva, y las lágrimas de los insectos sanguinarios me calen el pelo, que me lo peguen a los ojos, que les prohíban atisbar cualquier algo aún estando a dos milímetros de distancia. Que mi memoria se quede ciega.


El problema está en querer demasiado a quien no debes querer.

En ser tan tolerante que los analfabetos de sensibilidad te confundan por tontolerante, y permitirlo.


jueves, 23 de mayo de 2013

Os habéis equivocado de persona.


"¡Bienvenidos a la nómada tómbola trucada sin truco!
¿Que dónde está el truco? En que parece realmente fácil coger el cariño, sin más, del escaparate del alma y llevártelo, sin pagar apenas unas simples palabras que no significan nada. 
Por eso tampoco hay truco, porque parece muy fácil...

Y, verdaderamente, lo es."


¿Qué os parece? He creado mi propio tenderete ambulante, mi propia trastienda invisible de cajas amontonadas en vertical de un líquido que no se evapora, que sólo sabe solidificarse. El cariño llegó a mi local defectuoso tras el largo viaje desde Loss (La pérdida); porque en la Academia de Magia para Materia No Viva no logró superar el examen de disolución-desaparición. Creo saber; sin embargo, por qué le permitieron venir al mundo de los humanos: creyeron que un cariño sólido podía hacer más que un cariño que se autodestruyese por momentos. Claro, supongo... Lo que no sabían era que, ya queriendo o no, si no se destruye a sí mismo, el cariño acaba destruyendo alguna otra cosa.
Y ésta vez, por ser la dueña de la única tienda en la que caben tantas cajas de cariño defectuoso, me ha tocado a mí ser la elegida.
Quizá no tenga opción. Quizá esté condenada para siempre a vender estas estúpidas y malditas cajas a cambio de baratejas e inútiles palabras, quizá tenga que observar día a día cómo la gente se detiene, curiosa, a leer mi cartel; otra nueva forma de venderme que yo no pedí. A lo mejor, en esta vida que me ha tocado, no tengo más función que sonreír cuando un cliente se apoya en el mostrador y me dice lo guapa que voy vestida; y obedecer cuando se me pide con fingida cortesía una caja de ese pigmento único y mío que se anuncia a la entrada. O puede ser que esté atada de pies a cabeza por una cuerda invisible que tira de mí cuando alguien se lleva mis cajas, tras darme un beso y sonreír y acariciarme la mejilla y darse la vuelta para no mirar atrás; y que me aprieta más en vez de liberarme, con una simple conversación que vaya más allá de la miseria que, a voluntad, ofrecen todos los que pasan por aquí, de la opresión que siento en el pecho al estar metida en tal tetraedro, sin aire acondicionado ni agua.
O puede ser (pero ésta es la opción más "remota" de todas), que mis males se traten de un conjunto de todas ésas cosas.

Bien.
Pues me niego a aguantarlo más.

Aquí la dueña de las cajas soy yo, y puesto que está demostrado que la maldita sonrisa hipnotizante de cualquiera de mis clientes logra ablandarme y ceder; haré que, ni queriendo, tenga capacidad yo misma para regalar una sola más de mis cajas. Quedan ya demasiado pocas sin utilizar, sin ser aprovechadas; y dicen por ahí que la escasez es sinónimo de riqueza. Creo que me merezco de sobra esta pequeña muestra de agradecimiento hacia mí misma, representada en cerrar con llave y pestillo desde dentro las puertas del almacén donde guardo mis cajas, para que nadie más pueda hacerme sentir admiradora suya y desdichada por ello a la vez. Quién sabe, puede que jamás logre abrirlo de nuevo. Quién sabe, tampoco nadie puede saber si querré hacerlo o no.



Hoy he salido, por fin, de mi tienda encantada. He roto a patadas el cartel que la anunciaba, y he sentido en mi piel la brisa de la noche dormida. Dormida y sosegada para ellos, y agitada entre sueños para mí. He visto con claridad eso a lo que llaman luna, y reconozco que es lo más hermoso que existe; he recorrido con mi mirada cada atisbo de vacío entre las dulces hojas de los árboles, que cantaban nanas a los pájaros mientras tanto, con la única compañía instrumental del viento. He escuchado en mi cabeza una melodía de escape, algo así, idéntico, a The final countdown. He respirado profundamente y me he llenado de una sensación embriagadora pero un poco triste: la de construir rápida y fluidamente un muro de piedra sobre mi piel y varios fosos alrededor de mi alma, la de cubrir como a una tumba toda mi sensibilidad y dulzura, la de perderme a mí misma por mi propia protección. Quizá suene egoísta, probablemente lo sea. ¿Acaso a alguien realmente le importa? ¿Acaso se tiene en cuenta algo más de mí que mis cajas?


"Aquí tenéis vuestro truco, malditas y queridas alimañas inconformistas: 
Os habéis equivocado de persona."


miércoles, 22 de mayo de 2013

Bienvenido a mi mundo invisible de sombras que regalan cariño, Gontz.


No lo entiendo.

He nacido en un mundo herido que deseo mejorar, he sido observada mientras crecía por las calles de ésta, mi ciudad; y he sido una niña como cualquier otra, llena de fantasías y sueños, con un nombre semisumergido en el mar. He conocido lugares encantados realmente hermosos, puestas de sol que me dejaron sin aliento, tengo miles de recuerdos borrosos, y ahora busco comprender lo que siento. No sé cuántas sonrisas fugaces he dibujado bajo el cielo, cual Wendy de cuento hipnotizada; he crecido entre figuras grises de hielo, una venda de arco iris me ha mantenido armada. He sentido la mayor gracia en momentos de tristeza, he amado, llorado, y en todo he encontrado belleza. He disfrutado y descrito el lugar en el que quiero ubicar mi vida, he soñado con volar y explorar, y besar cada herida.

Y sin embargo, entre tanta flor de color llamativo; tanto canto de pájaro y albedrío; tanto humano que, sin conciencia, miente; tanto recuerdo sin importancia y lágrima retenida; tantas vueltas en el laberinto de un tiempo que titubea entre pasado y presente; siento que sigue faltando algo.

Sigue notándose la ausencia de ese hombro en el que llorar; la invisibilidad de esos brazos en los que acurrucarse; la impotencia por la falta de ese cálido beso en la frente; la necesidad de soltarlo todo, de aferrarse a una impecable sudadera y llenarla de gritos, de miedos y suspiros, de disculparse después. A pesar de que lo tengo todo... Lo dejaría todo por ti, querido Gontz.

Ahora formas parte de mi mundo, mi mundo paralelo en el que miles de sombras invisibles se convierten en lo que más necesito, para calmar mi ansia. Siento decirte que algún día tú también desaparecerás, pero tendrás la garantía de llevarte contigo mi agradecimiento. Supongo que he de decirte que te quiero, pero eso me lo sacarás mejor tú con tu primera sonrisa matutina.

Bienvenido, amigo. Ésta es mi vida.

No basta con desear.




sábado, 4 de mayo de 2013

Macedonian light at twilight

Mírale.
Exhausto, caliente, adormecido. 

Observa cómo él te mira, cómo te mece, cómo te cuida, cómo te rodea desde el Este hasta el Oeste, una, otra, y otra vez. Advierte cómo te vigila con su único, efímero, blanco y circular ojo, percibe cómo no logras clavar la estaca que guarda tu mirada en él. Ríe por tener el privilegio de presenciar sus cambios de disfraz: el de limón al de naranja, del de naranja al de fresa, del de fresa al de cereza; pasando, desapercibidamente tras la puerta del vestuario, por el de uva, el de kiwi, el de mora y el de manzana. ¡Te digo yo que algún día se pondrá uno de macedonia...! Dile que te enseñe cómo teñir el viento de brillantes bombillitas que vuelen en formadísima línea recta separándose a medida que avanzan, o cómo desplegar las alas de las puras rosas blancas. Pídele que te escriba en un folio de nubes las instrucciones sobre cómo manchar las barbas del universo de jugo de fresa y nata, y después suplícale que te enseñe a convertir el brebaje en zumo de uva, melocotón y piña; y seguidamente en una enorme masa de chocolate negro azabache con pepitas de un dulce blanco mentoso que brille en la oscuridad. Déjate acunar por sus brazos gigantes, permite que te hipnotice con su potentísimo brillo y te eleve hasta un estado de mental luz cegadora, admite creerlo cuando te prometa un vuelo hacia el lugar más feliz del mundo y confía en él para contarle sin palabras la misma cantidad de secretos que todos los que él guarda.


Porque él sabe cómo hacerlo.



Macedonian light at twilight.