Evito pensar en ti, y sólo sirve para engañarme a mí misma.
Pero hoy descubriste mi secreto.
Procuraré ser breve y clara. Y sabes de sobra que soy incapaz, soy demasiado buena para hacerte daño aunque tú me hirieras. Porque eres un esbozo de recuerdo añorado...
¿De verdad tu ceguera amorosa te impedía ver algo tan obvio como que lo que me ocurría era por ti? ¿Te creíste todo eso de que necesitaba pensar y encontrar respuestas, pensando que sería por esa otra mala experiencia que no mencionaré? No me puedo creer que ni siquiera se te pasase por la cabeza la idea de que todo fuese por tu causa. Me parece demasiado surrealista; o éso, o que te confundí con alguien un poquito más inteligente y sensible. Preséntame a esa sombra, a ver si así dejas de una puñetera vez de ser mi mayor problema y desapareces por completo de la faz de la tierra que yo piso. Así tú también serás sustituido y todos seremos felices, ¿qué te parece?
Cada día es más fácil sentirte vivo, porque de cada hora se suman 15 minutos a la cuenta de los que pienso en ti, mientras intento arrancarte de raíz de mi mente y mi camino. Pero eso no es bueno. Y hoy, justo hoy, apareces para recordarme que sigues por aquí, que no te has ido por más que yo me lo autoafirme con propósito de engañarme. Sigo esperándome más de lo que nadie puede darme y continúo decepcionándome. Mi fantasía está descontrolada, no logro frenar el impulso de soñar con que volverás, arrepentido, a por mi; y cuando me doy cuenta de que mis deseos levantan las alas se las corto y caen tan rápido que, sin mi permiso, empiezan a hablar sobre lo bonito que era volar. Entonces, directamente, los mato de una cuchillada, con un "Él no va a volver. Él ya no es el mismo". Así que he decidido dejarles volar un poco aunque la caída duela más, porque sino la reserva de sueños se me agotará. Y espero que lo estés entendiendo todo, porque no me gustaría atravesarte a ti también con palabras más directas que éstas.
Capítulo miau.
Camino por la calle cabizbaja, enfrascada en mi mundo, echándole de menos y algo resentida. Mi mente divaga por los huecos que él dejó, por los recuerdos que me rodean y se cierran a mi alrededor, tragándome como si se tratasen de una garganta irritada. Cada momento, cada fecha, cada lugar, cada beso. Paso sin querer los días esperando volver a tener algo que agradecer, deseando encontrarme con él y a la vez evitando hacerlo, respirando dificultosamente y agotándome a la mínima, con los pies cansados de tanto tropezar. Los largos paseos se han convertido así, sin más, en una larga carrera contra el viento en la que busco palabras bonitas y a la ver hirientes para dedicarle. Mi tiempo, el que cuenta el segundero roto de ése reloj que tanto le gustaba, ya no sé si es mío o si pertenece al duelo entre sus recuerdos añorados y la precaución de mantenerle a distancia, es decir, si le pertenece a él. El humo de la ciudad me consume y me envuelve, y la lluvia que cae ligera sobre mi frente resbala, mientras me mece y duerme. Y, repentinamente, mi corazón se para, pero no entiendo por qué. Mi boca se queda abierta, a medias entre una expresión de incredulidad y otra de miedo. Mi instinto me dice que corra, que huya, pero sigo sin saber por qué. Mis ojos han captado algo tras elevar mi cabeza y aún no ha pasado la milésima de segundo antes de que la información me llegue a la mente. Cinco, cuatro, tres, dos, uno, ... Suena el pitido que anuncia el final de los partidos confusos entre mente y cuerpo para dar paso cordialmente a la temporada de la liga de los huracanes mentales. ¡Pero mira quién aparece por aquí!
Mis sentidos me dicen que corra, pero mi cuerpo está ausente y no responde al telegrama. Se queda quieto como un peso muerto, bajando lentamente la mirada de nuevo, sin saber dónde dejar las manos. Siento una profunda curiosidad, nerviosismo y a la vez... ¿impotencia?, ¿miedo?, ¿temblores?... No, un impulso. Pero es tan fugaz que no logro retenerlo. Levanto de nuevo los ojos hacia él, y descubro que me mira. Perfecto, lo que me faltaba. Veo que se acerca con paso firme y acelerado hacia mi, busco mentalmente una vía de escape. Pero sigo algo adormilada y por fin reacciono cuando él ya está a escasos decímetros de mí. Mis cejas se doblan en una expresión de enfado, me doy la vuelta apresurada y camino rápido, separando mucho los pies e intercalando pasos al ritmo de una animada canción de la que no recuerdo el título. Él me llama con una voz que indica que no comprende mi reacción. Mis brazos se mueven solos, enérgicos, y cuando quiero darme cuenta, algo me agarra la muñeca. Me veo forzada a darme la vuelta y me encuentro cuerpo a cuerpo con esa sudadera que ahora mismo sería capaz de rasgar con el filo de varios cristales rotos de origen copa de champagne en la que pudo ser vertido un anillo de compromiso. Bajo la mirada y entrecierro los ojos, como si estuviese arrepentida de haber huído de tal forma. Él me susurra, tranquilizador, un "¿qué ocurre?"; pero no tengo oídos para su voz, sino para la de mi mente, que me dice que haga lo que sea por zafarme de sus brazos. Insiste en que le responda, pero no tengo boca para hacerlo, sino sólo para besarle. ¡¿Besarle?! Dios mío, ¿qué estoy pensando? Está claro que la presión que están haciendo sus pulgares sobre mis muñecas me está haciendo delirar. Hace un poco de frío y estoy recién duchada, pero me siento pegajosa y acalorada, como si acabase de correr una maratón. Me niego a aceptar que he pensado aquéllo con cabeza racional, y me obligo a escucharle e intentar articular palabra para olvidar un poco que tengo una cabecita con la que puedo hablar sin miedo a que juzgue lo que le digo. Porque aunque no lo haga ella, lo hago yo misma; y al fin y al cabo yo soy mi peor enemiga.
-¿Qué quieres de mí? - consigo responder.
Él calla por un momento y me mira, perdido.
...Continuará... (en mi mente, para matarme un poquito más)
Quiero ser y sentir
lo que era antes de ti.
Quiero ver el dolor
que se cuela dentro de mi piel,
pa' correr detrás de él
y echarle la mano al cuello.
Luego tú haces que yo,
viva tan dentro en el centro de ti;
haces que yo
muera por el dulce abrigo de tu voz.
Y las calles que se cruzan,
y el cielo anunciando lluvia,
¿qué más puede salir mal?...
Y quisiera ver en ti la luz
que encontré algún día, pero no eras tú;
fue tan sólo un simple reflejo
de la condición de mi corazón,
que tiende a sufrir cuando habla de amor.
Ni contigo ni sin ti tienen mis males hoy remedio.