Tengo un nudo en la garganta y mis pies caminan empujados por el aire, supongo, porque no es por mí.
Voy hacia ningún lugar en donde pueda perderme, olvidar esto que me está rompiendo el cerebro a pedradas de fuego, a apalabrados con veneno. Mi corazón late fuerte, inseguro y confuso, pero lento, ahogado, parado, muerto.
No recuerda bien aquellos meses de invierno en los que todo era normal. Ya no imagina que puedan volver.
Ve a su alrededor que todo se derrumba, que yo caigo a un precipicio de fondo incalculable, que todo mi mundo se rompe con el suave crujir de un cristal sobre la superficie de un volcán.
Que no tengo escapatoria vaya a donde vaya. Algo me persigue, continuo, distante y doloroso, dentro de mi cabeza. Tan doloroso que funde mi alma... Y mi felicidad. Por momentos.

Segundo a segundo.
Solo deseo que él se salve, que no se confunda más y dé vida a aquellas palabras:
"No te rindas", le dije.
Lo olvidó, las sustituyeron aquél cigarrillo y esa botella de vodka negro.
Las palabras no funcionan si no les das vida.